Para muchos
padres este tema es un poco difícil y en especial para los que como yo, tienen
un hijo con necesidades especiales. En este caso, mi hijo tiene dificultad para
comunicarse efectivamente y me aterra que no me pueda decir que le está
pasando.
En la
escuela mi hijo tenía un compañero que lo acosaba y lo llegó a golpear y morder
en una ocasión. El patrón de conducta del agresor continuó pero afortunadamente
fue removido de la escuela. Después de eso no hemos tenido más problemas en el
plantel.
Durante el
verano mi preocupación aumentaba porque era un ambiente muy distinto al
escolar. Mi esposa desde hace unos años quería poner los niños en cierto
campamento y yo me resistía porque entendía que el chico aún no estaba
preparado para ese ambiente. Me preocupaba que le pasara algo y que no pudiera
hacerse entender y no lo ayudaran. Convencí a mi esposa a que esperáramos al
menos uno o dos años antes de matricularlo en dicho campamento.
Pasó el tiempo
y finalmente lo pusimos. Pasó la primera semana y como dicen por ahí so far so good. En la segunda semana
notamos que ya no quería ir. Lo dejábamos en las mañanas y notaba que algo no
estaba bien. Le preguntamos y decía que todo estaba bien. Pero sentíamos que no
era así.
Un día,
mientras firmaba la hoja de asistencia noté que otro chico le quitó su gorra y
lo comenzó a molestar. Hablé con un líder para que interviniera y así lo hizo.
En la tarde cuando su mamá lo fue a buscar le expresó que no quería ir más.
Mamá le preguntó y el chico le dijo que había unos niños que lo molestaban y le
quitaban su gorra. El se molestó, agarró a uno por el cuello y le exigió que se
la devolvieran. Un líder intervino y el asunto no pasó a mayores.
Demás está
decirles que ese fue su último día en ese campamento. Al otro día ví un anuncio
en el periódico de un campamento de circo y de inmediato lo matriculamos. Todo
marchaba de maravillas hasta unos días después. ¿Adivinen qué? ¿Recuerdan al
que lo mordió? Pues ese mismito apareció por esos lares. De inmediato alerté a
la directora del campamento y me dijo que no me preocupara que ellos podían
manejar el asunto y que harían dinámicas para que uno se supiera defender y el
otro controlarse.
Al final
del campamento, no hubo ningún tipo de agresión. Todo gracias a la directora,
quien es sicóloga y logró darles las herramientas a mi chico para que no
sufriera más acoso.
Poniendo en práctica lo
aprendido
Luego de un
tiempo, estabamos visitando a un familiar que vive en un condominio con
piscina. Allí lo estabamos pasando de lo más bien hasta que llegó un grupo de
niños de más o menos la misma edad de mi hijo. Estos le pidieron jugar con
él y le lanzaron una pelota que mi hijo
no pudo atrapar. Esto les provocó mucha risa y comenzaron a mofarse. Yo
permanecí callado y observando. Mi hijo se quedó tranquilo y los miró fijamente
y les dijo: “Hey, que tal si hacemos una carrera en la piscina” a lo que ellos
respondieron que sí.
Ahora ellos
estaban en desventaja. No contaban con mi “Michael Phelps”. Les dí la salida y
mi chico salió disparado como un torpedo. ¡Victoria!
Aquellos
chiquillos salieron de la piscina y desaparecieron.
Wohoo.
¿Quien se ríe ahora?
¿Qué
aprendimos de esto?
Debemos darle apoyo emocional a nuestros hijos , si no, el daño puede
ser tan profundo que solo traerá más problemas. Hay que enseñarles que el
acosador quiere que reaccione mal. Así que no llore, no se enoje y muestre que
no le afecta. Finalmente, que hable con un adulto.